Una participante comentó: “Creo que este fin de semana todos vamos a poner esto en práctica con nuestras parejas”.
En ese momento yo respondí que, aunque sabía que era una broma y sonaba a broma, en realidad no lo era: aplicarlo a mí me cambió la vida.
Como ingeniero y líder de equipos de software, la mentalidad de resolución de problemas está presente en todo lo que me rodea. Lleva muchos años siendo mi día a día, en el código y fuera de él. Problema → Solución. Soy la flecha, mi misión es pasar de un lado al otro.
Y aunque hoy esta actitud solucionadora es fundamental para cualquier profesional de alto rendimiento, no siempre es el camino a seguir. Es solo una herramienta más, y como tal, deberíamos usarla solo cuando la situación lo requiere.
En muchas ocasiones, nuestro único papel como líderes es ESCUCHAR. Solamente escuchar.
Y lo mismo pasa en las relaciones de pareja.
En la mayoría de las situaciones no se requiere que resuelvas ningún problema, sino que simplemente seas un apoyo para la otra persona.
¡Esto fue lo que aprendí cuando llevé mi relación al límite! 😵💫
Cuando María, mi esposa, llegaba a casa del trabajo, solía compartir su día conmigo a la hora de la cena.
A veces eran días buenos y a veces no tanto.
En esos “días malos”, cuando ella me hablaba de sus problemas, inmediatamente mi mente (como buen ingeniero) comenzaba a analizar datos y pensar en posibles soluciones.
Le proponía LA solución infalible, planteaba cuándo podía llevarlo a cabo o en quién apoyarse, le recomendaba y mostraba herramientas… Mi experiencia me permitía armar en segundos un proyecto completo en mi cabeza que acabaría con ese problema.
Me sentía como el héroe que llegaba a salvar su día.
Pero… las cosas no salían como yo esperaba.
Ella no me había pedido ayuda. Y eso lo cambia todo.
¿Las consecuencias?
Ofrecerle mi ayuda sin haberla solicitado la hacía sentir como una niña pequeña que necesita apoyo constante.
Ella se sentía obligada a hacerlo, a ejecutar algo que yo le había “impuesto”, lo que limitaba su capacidad de decisión y autonomía, provocando el rechazo total.
¡Lo peor de todo es que yo me sentía frustrado por no haber llevado a cabo la solución que le había propuesto!
Lo que empezaba como conversación siempre acababa en discusión, que sumado a su problema, la hundía.
La situación fue empeorando hasta que me dijo que ya no compartiría más sus problemas conmigo. Ya no confiaba en mí, no era su roca para los malos momentos. Había llevado mi relación al límite.
¿Qué estaba pasando en el fondo?
Parece simple pero no lo es: No entendía el objetivo que ella perseguía con esa conversación.
Ella necesitaba empatía, ser escuchada, sentirse comprendida… En cambio, yo le estaba ofreciendo protección y soluciones que ella no había pedido.
Además, no sabía escuchar.
Me estaba perdiendo la mayor parte del mensaje al no prestar atención a las emociones, los gestos o el lenguaje no verbal, ya que me desconectaba en medio de la conversación y dejaba de escuchar activamente para entrar en mi cabeza.
Una protección no solicitada, falta de empatía, y la guinda: yo hacía mío el problema y se añadía a mi lista, agobiándome y frustrándome a partes iguales.
Entonces, ¿cómo cambiar las cosas?
Durante la sesión de comunicación, Alfons Foubert compartió algunos consejos básicos pero esenciales como:
Simplemente, escucha de forma 100 % concentrada y consciente, sin hacer nada más — 0 distracciones como la televisión, el móvil o el ordenador.
Demuestra que estás escuchando activamente: mira a la persona, asienta con la cabeza, resume lo que has entendido y empatiza con la emoción detrás de las palabras (con comentarios y con su propia expresión facial o corporal).
No interrumpas.
No juzgues. Solo trata de entender la situación. Silencia tu voz interior por un momento.
NO propongas ninguna solución ni des tu opinión si no te la han pedido.
Estas son acciones simples para actuar. Es solo mirar, escuchar y estar en silencio.
Como dice Alfons:
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